martes, 15 de agosto de 2017

EL SUFRIMIENTO DE UNA HIJA


Marcela era una chica que vivía en el oriente chiricano de Panamá. con sus padres en una casa de madera con techo de paja, piso de tierra; dormía cubierto con unas capas de plásticos plastimex, las cuales usaba como techo.

Su vida desde pequeña fue muy difícil, su padre se dedicaba a la pesca pero había días que no trabajaba porque tenía un vicio: el alcohol. Normalmente se desaparecía, pero si lo deseaban encontrar había que buscarlo en la cantina tomando con sus amigos de farra. En medio de la euforia se le olvidaba que tenía que llevarle comida a su familia. En la mayoría de las ocasiones no pro baban comida por varios días, y lo peor de todo, sin esperanza que alguien los ayudara. Su madre consternada por su precaria situación rezaba pidiéndole a Dios un milagro para que la situación cambiara y su esposo se preocupara por el hogar.

Marcela, la hija de doce años, producto de unos de esos momentos de borracheras, observaba feliz y triste a su madre hincarse y pedirle a Dios para que la situación cambiara. Esta colocaba la mano en la barriga de su hija y clamaba “señor haznos sentir como si hubiésemos logrado probar una buena comida--. Está acción de su madre la ayudaba a controlarse y no pensar que estaba hambrienta.

Transcurridos siete días en los cuales Bernardo no se apareció a ver a su familia y que produjo la desesperación por la salud de su hija. Una vecina se le acercó y le dijo, Sé que tu esposo tiene siete días que no les trae comida y en verdad me duele mucho su situación porque cuando estuve pequeña pasé las mismas calamidades que pasas en estos momentos. Al terminar de decirles estas palabras llamó a su esposo Fabián para que amablemente en un cartucho le trajera arroz, frijoles, sal, aceite y algo más para el desayuno, comida por lo menos para una semana.

¡Bendito Dios! Dijo Cándida, la madre de Marcela a la cual se le llenaron los ojos de lágrimas; abrazaron a la vecina y a su esposo agradecidas por ser solidarios con su situación.

Marcela conmovida y llorando le dijo a su madre_Dios respondió a tus oraciones y la vecina se convirtió en instrumento divino. Él envió a estos ángeles para ayudarnos_.

Como una brisa fuerte pasan los años, Marcela ingresa a séptimo grado en el I.P.T Abel Tapiero Miranda, en San Lorenzo, aún su vida seguía siendo difícil, su padre mantenía la misma forma de vida, sumido en el alcoholismo. Su madre estaba angustiada porque ahora no contaba con el dinero para enviarla al colegio y se sentía presionada porque solo faltaban tres días para iniciar las clases.

Pensó ¿qué haré?, luego se dirigió hacia el representante de la comunidad Ángel Madrid para pedirle ayuda. El representante como todo político le prometió ayuda, le dijo que hiciera la solicitud por escrito y se la entregara a su secretaria. Pero esa ayuda nunca apareció. Sin embargo, siguió su búsqueda, decidió ir a la parroquia, allí vio un grupo de misioneros y se les acercó. Una vez allí les contó su situación, ella no se había percatado que estaban evangelizando, la invitaron a unirse al grupo. Ella decido alabar a Dios, cantar, compartir un momento de espiritualidad para darle sentido a su vida.

El domingo en la tarde tocan a su puerta, Cándida abre y se sorprendió al ver que eran los misioneros que le llevaban los uniformes, útiles escolares que la comunidad había donado para ella y como Marcela era una niña con buenas calificaciones el representante la apoyó con una beca para que pudiera seguir sus estudios secundarios.

Lunes, primer día de clase. Marcela estaba muy feliz, los compañeros de clases la conocían desde la escuela y estaban al tanto de su situación. El consejero al entrar en el aula se presentó y solicitó a todos los estudiantes su autopresentación. Cuando le tocó su turno, ella se levantó y dijo:

_Mi nombre es Marcela Carpintero, tengo 13 años vivo en el pueblo de San Juan y sueño con ser una doctora de medicina general_.

En ese preciso instante sus compañeros de clase se soltaron a carcajadas porque afirmaban que eso era imposible por su situación. ¿Cómo se le ocurría creer que iba hacer doctora? ¡Imposible!.

Marcela se fue triste y le contó a su madre su sueño y que sus compañeros se habían burlado. Cándida su madre le dijo: “No te preocupes con el favor de Dios yo voy a trabajar y te voy ayudar para que logres tu sueño.”

Su Madre, analfabeta no encontraba trabajo pero decidió lavar, planchar ajeno, de esa manera obtenía dinero. Durante todos los años de la vida escolar a Marcela la ayudaban en el colegio además consiguió que le diesen entrada al comedor. Era muy conocida entre las señoras que cocinaban, pues llevaba una vasija para que le dieran un poquito de comida para su madre.

Brisa muy fuerte en San Lorenzo. Llegó el gran día: graduación de Marcela. A pesar de todas las dificultades había finalizado su Bachillerato en Ciencias obteniendo el máximo índice académico de su promoción, por ello le correspondía dar el discurso de despedida.

A su consejero le llamó la atención esta parte del discurso: “…El camino ha sido difícil para llegar hasta aquí, he pasado hambre, mi madre no comía para que yo me mantuviera bien y resistiera, saber lo que es querer comprarte algo y no poder porque no contaba con los recursos, pero gracias a Dios puso gente en el camino para que nos ayudarán y así seguir adelante. Hoy he logrado culminar mi Bachillerato en Ciencias gracias a nuestra fe y la solidaridad de todas las personas que creyeron en nosotros. Sobre todo al amor de mi Madre que decidió darme una oportunidad…”

Una brisa cálida muy agradable llegó a donde Marcela. Fue Becada por la embajada de Cuba, para estudiar Medicina en la Habana. Día a día pensaba en su madre y sus sacrificios, así como todas las personas que fueron solidarias con ellas. Había tomado una determinación; cuando regrese a mi país seré un instrumento de Dios.

Muchos años después regresa a su lugar de origen, y se comunica con la parroquia para crear un comedor para niños brindándole desayunos y almuerzos financiados por una ONG que creó. Construyó un centro de atención médica gratuita para aquellas personas que no tenían recursos para pagarlos a un médico; consideraba que la salud debía ser un derecho a la cual toda persona debía acceder, independientemente de su color, posición social o credo.

Logró que personas que en la comunidad que la conocían se unieran a su causa, algunas donaron su tiempo, otras donaron terreno y materiales para la construcción del Centro de Atención.

Una mañana hermosa, de un sol radiante, y fuerte brisa de verano, inauguró el centro, llevó a su madre ya muy anciana, con signos de vejez pero con satisfacción en el rostro, para que estuviera presente en el acto. Gracias mamá por tu entrega, por darme tu vida. Marcaste mi vida…fuiste mi camino de Esperanza, así quiero llamar este centro “Camino de esperanzas”. El aplauso duró diez minutos. Una lágrima de felicidad asomó por el rostro de Cándida, su sueño ya era una realidad.



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